Woman-ish

Woman-ish

Yo era la niña de la casa, pero el peso de la belleza nunca me fue impuesto. Supongo que porque desde pequeña estuve entrando y saliendo de quirófanos, reconstruyendo partes de mi cara. La belleza, en ese contexto, no era una meta, ni siquiera un tema de conversación. No recuerdo que nadie me hablara del día que me casara, ni de los vestidos blancos, ni de los tacones que supuestamente te vuelven mujer.

Mi papá me decía que si estudiaba mucho, podía lograr lo que quisiera. Mi mamá, más simple, más sabia, solo quería que yo fuera feliz. Me criaron sin que “ser mujer” fuera algo que tuviera instrucciones. Y ahora, pensándolo desde afuera, es una forma extraña pero interesante de criar a una niña. Me dieron espacio para ser sin guión.

Por eso, cuando ahora en todos lados se habla de feminidad, de ciclos lunares, … me pierdo. Yo no sé bien dónde encajo. No tengo los códigos. No sé si me falta algo o si simplemente soy una versión distinta. Me lo pregunto en silencio, no con culpa, sino con esa curiosidad que da crecer sin molde.

Mi relación con la belleza empezó tarde, y por eso estamos en plena luna de miel. Todos los días me miro en el espejo como si acabara de descubrirme. No tengo el hábito de peinarme, eso no ha cambiado, pero tengo amigas que me han enseñado lo que es jugar a ser mujer sin tener que ganarse un premio.

Pregunto mucho. Nunca me ha dado vergüenza no saber. Creo que eso también me lo enseñaron en casa: que no saber no es un defecto, es una puerta. Y la vida, en su generosidad rara, me ha rodeado de mujeres muy distintas. Algunas suaves, otras salvajes, unas peinadas como muñecas, otras despeinadas como yo, pero todas con algo valioso que mostrarme.

No tengo respuestas claras sobre la feminidad. Yo me estoy aprendiendo. Sin apuros. Sin manual. Y en ese proceso voy entendiendo que tal vez no encajo en lo que muchos esperan de una mujer. Pero eso no quiere decir que esté mal. Solo quiere decir que mi historia tiene otra forma.

Una vez leí que el cerebro aprende por repetición. Lo que oímos muchas veces, lo creemos. Y yo, por suerte, crecí oyendo que pensar era bonito, que ser feliz era importante. Así que, aunque a veces me enrede, tengo esa base: no necesito parecerme a nadie para valer.

Nadie me enseñó cómo ser mujer.

Y tal vez por eso he tenido el lujo de inventarlo.


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