
La Cachetada
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Aprendí a no acolitarle el drama a nadie cuando tenía dieciséis años. En esa época me hice muy amiga de Diana. Diana era… pues, Diana. Muy ella, y muy en contra del mundo, como buena adolescente rebelde. A ella le gustaba el rock. Y a mí me encantaban todas las cosas que me enseñaba. Bandas, libros, palabras que nunca había escuchado. Estar con ella era como aprender otro idioma. Un día me presentó a Javier. Pero Javier es otro cuento. Un personaje que merece su propio retrato. Diana tenía sus subidas y bajadas. En uno de esos momentos bajos me pidió algo raro. Me dijo: “Si algún día me escuchas diciendo ESO otra vez, prométeme que me das una cachetada. Eso me ayuda a reaccionar.” Y yo le dije que sí. Porque a los dieciséis uno cree que ser leal es hacer lo que la amiga pide, aunque no tenga sentido. Así que unos días después, empezó a llorar otra vez, diciendo ESO. Ni siquiera recuerdo las palabras ahora, solo el peso en el aire. Y le di la cachetada. Como ella me había dicho. Porque aparentemente, nací para cumplir promesas. Ella salió corriendo llorando, como si estuviéramos en una novela. Yo entré a mi casa tranquila y me acosté a dormir. Pero al día siguiente, cuando llegué al colegio, nadie me hablaba. Y así fue como tuve mi momento Lindsay Lohan. Papel protagónico en el colegio de monjas donde, de un día para otro, nadie te dirige la palabra. Ni una mirada. Ni un susurro. Qué curioso es cómo la memoria decide qué guardar. Años después, estoy sentada en una cabaña en medio del bosque en Wisconsin, pensando en Diana. ¿Dónde estará? Diana era Diana. Complicada, dramática, intensa. Pero me caía bien. Y todavía me cae bien. (La ciencia dice que la memoria no guarda hechos, guarda emociones. Por eso casi no recuerdo qué era eso que ella decía tanto, pero sí recuerdo lo que se sintió cuando desapareció. El silencio del día siguiente. El frío de sentirse excluida. Nuestro cerebro registra el rechazo igual que el dolor físico—porque para el sistema nervioso, quedar por fuera duele de verdad. No es exageración. Es biología.) Tal vez Diana ni se acuerda de la cachetada. Pero yo sí me acuerdo del silencio. Y de lo que aprendí: A veces, lo más leal que puedes hacer es decir que no.