The Promise

La Promesa

Ya no me gusta hacer promesas.

No porque no crea en ellas. Es solo que tengo este incómodo hábito de cumplir las mías. Y cumplir una promesa cuando la otra persona no lo hace, no te hace sentir noble—te hace sentir sola.

Cada vez que estoy a punto de decir “te lo prometo,” algo se me aprieta por dentro. Me muerdo la lengua. Retrocedo en el tiempo. Sin drama. Sin portazos. Solo ese tipo de silencio que, de alguna manera, lo dice todo.

Es porque soy el tipo de mujer que mide las consecuencias. Siempre lo he sido. Y no es que no quiera comprometerme—es que sé lo que suele venir después del “sí.” Los días difíciles. La decepción. Y cuando eso llega, soy yo la que sigue ahí, recogiendo los pedazos.

Esto… esto fue por una promesa en particular.

Una noche, él me miró y me dijo:
—“Tengo un problema. Pero te prometo que esto se acaba. Solo necesito que me prometas una cosa—si caigo otra vez, no me perdones.”

No dije nada. Me congelé. Pero él insistió:
—“Por favor. Solo prométeme eso. No me vayas a hacer ese daño.”

Y lo hice. Dije que sí.

El día que él juró que nunca llegaría… llegó. Rompió su promesa. Y yo cumplí la mía.

Él se fue con su promesa rota y  yo me quedé atrás, con mi promesa intacta. Sosteniéndola como una piedra caliente—sabiendo que quemaba, pero sin soltarla.

No volví con él. No porque no quisiera. Sino porque cumplir mi palabra, porque cumplir es una forma de quererme a mí misma.

Y aunque dolió, no me arrepiento. Porque ese día aprendí algo que no se enseña—solo se vive: a veces, cumplir una promesa no te salva… pero te mantiene firme.

Y mantenerse firme, cuando todo lo demás se desmorona, también es una forma de amor. Del verdadero. El que no se publica en redes. El que se demuestra cuando nadie está mirando.

Por eso pinté ese momento, el momento en que lo observaba mientras se iba,  No por él. No por la historia. Lo pinté por mí. Para no olvidar que me gusta cumplir promesas—no por nadie más, sino por mí misma.

Regresar al blog