Cada pocas décadas, tenemos la suerte de presenciar algo que no solo cambia la vida, la redefine por completo. Y ahora mismo estamos viviendo dentro de uno de esos momentos.
Antes pensaba que el cambio era algo que uno elegía. Decidías tomar otro camino, renunciar a un trabajo, dejar de responderle a alguien. Pero lo que estamos viviendo ahora… no es un cambio. Es una ruptura total.
No se trata solo de inteligencia artificial o tecnología. Se trata de ese tipo de transformación donde todo lo que creíamos permanente empieza a parecer temporal. Donde nuestros hábitos de siempre se sienten como piezas de museo.
He escuchado todos los argumentos, los miedos, las dudas, las teorías susurradas entre amigos a medianoche, fingiendo fascinación mientras en el fondo hay algo de miedo. Algunos dicen que nunca usarán IA. Que prefieren lápiz y papel. Que prefieren llamar antes que escribir. Resistirse es normal. Es parte de ser humano.
Pero resistirse no va a detener lo que ya está en marcha.
La cosa es: todos nos hemos estado preparando para esto, aunque no lo supiéramos. Diez años de videos sobre trauma, estilos de apego, narcisismo, burnout, comunicación, límites. Sin darnos cuenta, hemos estado reconfigurando nuestra forma de pensar para un tiempo en el que sobrevivir dependería menos de hacer, y más de comprender. De saber estar con uno mismo y con los demás. Ese tiempo es ahora.
Lo que asusta no es la IA. Lo que asusta es la velocidad. Esa sensación de que no estamos conduciendo este tren, solo estamos tratando de no caernos.
Pero si tomas distancia, verás que no es la primera vez. Hubo un tiempo en que la gente decía que nunca se subiría a un auto. Que jamás confiaría en un avión. Y ahora pedimos café desde el celular y nos quejamos si tarda más de cuatro minutos. El cambio siempre se siente antinatural… hasta que se vuelve lo normal.
No solo estamos aprendiendo nuevas herramientas, nos estamos transformando. Nos estamos convirtiendo en personas que esperan respuestas en segundos. Que crean más rápido de lo que antes pensaban posible. Que construyen con la mente, no solo con las manos.
Y al mismo tiempo, algo hermoso me está ocurriendo.
La IA me está devolviendo mi tiempo. Las horas que solía perder en tareas repetitivas—ahora son mías. Y las uso para pensar. Imaginar. Sentir curiosidad. No me sentía tan creativa desde hace años.
También noto algo curioso: valoro más que nunca mi tiempo desconectada. Cuando no estoy en línea, cuando simplemente me limo las uñas o miro cómo cambia el color del cielo, se siente distinto. Como si estuviera recuperando algo que antes era automático.
No sé hacia dónde va todo esto. Pero por ahora no le tengo miedo a lo que viene.
Lo que sí me da miedo es acostumbrarnos tanto al miedo… que dejemos de mirar alrededor y decir, “Un momento. ¿Qué podríamos construir aquí?”
Esta tecnología está creciendo más rápido que cualquier cosa que hayamos visto. Algunos la usarán como atajo. Otros para sanar. Otros para hacer daño. Siempre ha sido así, yo puedo controlar pero al menos siento responsabilidad de mantenerne despierta.
No asustada.
Solo despierta.
Porque ahora, más que nunca, es mi decisión qué quiero automatizar. Qué vale la pena mantener caótico. Qué quiero guardar cerca. Qué vale la pena hacer despacio, aunque pueda hacerlo más rápido.
Ninguna herramienta—por poderosa que sea—a podido decidir hasta el momento decidir como vivo. Eso todavía me pertenece.