¿Sabes por qué pinté esta obra con dos ojos?
Casi nunca lo hago. Pero esta vez no estaba viendo con los míos. Estaba viendo con los tuyos.”
No lo dije en voz alta cuando terminé el cuadro, pero lo sentí como una confesión. Desde que las cosas entre nosotros empezaron a desmoronarse, yo también me empecé a perder. Me convertí en otra persona. Alguien que ni yo misma reconocía.
A veces el amor es un espejo roto: te ves en los ojos del otro y dejas de verte en los tuyos. Es como si todo tu sistema nervioso cambiara de dueño. Porque el cerebro, cuando detecta amenaza, cuando huele pérdida, no busca verdades ni dignidad. Busca sobrevivir.
Y yo me vi haciendo cosas que nunca habían sido mías. Eso me dio miedo. Porque, a veces, uno no sabe quién puede llegar a ser hasta que le toca ser.
Por eso pinté este cuadro, tan real como ese sentimiento. Porque si algo me enseñaron mis cicatrices es que el sol no se puede tapar con un dedo: uno es lo que es en el momento que está, pero eso no significa que tenga que quedarse ahí.
Yo me fui. Y volví a pintar como soy, pero con una lección grabada: la vida me gusta cuando la veo desde mis propios ojos, no desde los tuyos.