“No hay coherencia entre lo que dices y lo que haces.”
Esa frase me golpeó como un puño el día que la escuché. No porque no lo supiera ya—sino porque había construido toda mi vida fingiendo que no era cierto.
Acababa de pasar por un divorcio. Estaba en un país que todavía no sentía como mío. Mi título de abogada no servía de nada aquí, y el futuro que había imaginado se desmoronaba más rápido de lo que podía pensar. Luego vino el golpe final: un diagnóstico de depresión clínica.
Fue más o menos en ese momento cuando el huracán Irene destruyó el lugar donde vivía. Literalmente. El Derecho ya no estaba. Mi matrimonio ya no estaba. ¿Mi casa? Tampoco.
Terminé con una maleta, durmiendo en los sofás de amigas—tratando de entender cómo había pasado de ser “la inteligente con un plan” a ser la mujer que no sabía ni dónde cargar su celular.
La respuesta, cuando por fin llegó, fue simple y humillante: estaba viviendo una vida completamente incoherente.
Pensaba una cosa, decía otra, y hacía exactamente lo contrario. Todos los días. Pensaba que era fuerte, pero actuaba como alguien que necesitaba ser rescatada. Decía que estaba construyendo algo, pero lo saboteaba por dentro, una y otra vez.
El punto de quiebre llegó una noche, cuando me miré al espejo y no reconocí a la persona que tenía enfrente. Esa versión de mí no creía en nada, ni siquiera en ella misma.
Entonces tomé una decisión: iba a reconstruirme. Pero esta vez, con coherencia.
Suena fácil. No lo es.
Para vivir con coherencia, tienes que reconfigurarte. Tus pensamientos, tus palabras, tus acciones, todo tiene que coincidir. Y una vez empiezas de verdad, ves cuán incoherente es el mundo a tu alrededor.
En ese entonces, yo intentaba entrar al mundo de la moda—como cientos de otras personas. Escribíamos sobre diseñadores, dábamos opiniones, nos creíamos "expertas". Pero la mayoría nunca había creado una sola prenda. Usábamos fast fashion mientras hablábamos de alta costura.
Era como llamarte chef solo por ver MasterChef.
Esa realización me llevó a la verdad durísima:
Uno noo vive la vida que dice que quiere. Uno vive la vida que coincide con lo que hace.
Y fue entonces cuando entendí lo que realmente significa la coherencia:
Si quieres que te tomen en serio, vive en serio.
Si quieres construir algo con sentido, habla con sentido.
Si quieres sentirte completa—deja de vivir como si estuvieras rota.
No tenía dinero. No tenía contactos. Ya no tenía el título. Pero tenía esa fórmula:
Pensar = Hablar = Actuar. . Y algo dentro de ti se desbloqueo. Algo empiezó a funcionar otra vez.
Y aquí viene la parte que muchos no entienden:
La coherencia no se trata de ser perfecta. No se trata de impresionar a nadie. Se trata de, por fin, ser alguien en quien tú puedas confiar.
Porque si no puedes confiar en ti mismo, ¿en quién vas a confiar?
Ahora todo lo paso por ese filtro. ¿Esto que hago está alineado con lo que creo? ¿Lo que digo coincide con lo que hago? Si la respuesta es no, paro. Corrijo. Me reprogramo.
He perdido a mucha gente en el proceso—pero pues así es la vida.